sábado, 26 de mayo de 2012

Educación, ¿crisis o decadencia?



Se atribuye a Albert Einstein la siguiente afirmación:

No pretendamos que las cosas cambien si siempre hacemos lo mismo.
La crisis trae progresos. La creatividad nace de la angustia, como el día nace de la noche oscura.
Es en la crisis que nace la inventiva, los descubrimientos y las grandes estrategias…


La Educación constituye el  patrimonio más valioso de pueblos, naciones y culturas, de ahí que los estados deben ser garantes de la misma y los gobiernos, sus responsables. 

Las instituciones educativas no son  lugares limitados a transmitir conocimientos o brindar instrucción. La educación formal está obligada a ofrecer información de la mejor calidad, con recursos de actualidad, pero su responsabilidad no se agota allí. La educación no se limita a la enseñanza, sus competencias abarcan aspectos informativos y formativos. 

El sentido de la existencia de las instituciones educativas se vincula al mandato social que se les adjudica en relación a  su función de socialización, de contribución al desarrollo de la persona y  a la construcción cultural junto al conjunto de la sociedad.

Ello implica ofrecer al niño y al adolescente, las condiciones adecuadas para el desarrollo de sus potenciales, la generación de herramientas, cuya aplicación excede los espacios del aula, en tanto se trata de capacidades para la vida. 

Junto a la familia, como espacio de socialización primaria, la educación formal constituye la condición sin la cual el sujeto no puede completar su proceso de conformación como humano.

En la historia de nuestro país, la Educación ha generado una herencia que en las últimas décadas se ha  depreciado, provocando situaciones de crisis a varios niveles. Las mismos  abarcan desde aspectos materiales a situaciones estructurales, con repercusión en distintas áreas: pedagógicas, didácticas, teóricas. Y ello, debido a una diversidad de factores, entre los cuales está el económico. 

Afortunadamente, se cuenta hoy con los recursos económicos para invertir en educación, e impulsar los cambios que la misma demanda con urgencia, lo cual podría alentar la esperanza de una educación mejor para todos. Pero, cuando los responsables de dirigir la educación fallan en su gestión y ocurren hechos que comprometen su credibilidad, las esperanzas caen derrotadas, por efecto de los datos de la realidad.

Eso debido a que no se presentan alternativas  hacia la implementación de soluciones, potenciando herramientas idóneas para ello. Se detecta en cambio, un deambular errático, sin objetivos claros y estrategias acordes a los mismos. Los intentos de intervención responden más a los avatares del ensayo y error, que a una metodología apoyada en soportes técnicos y científicos, con criterios de aplicación, seguimiento y evaluación adecuados.

Una crisis que afecte a la sociedad, en cualquiera de sus áreas -en este caso la educación- no siempre tiene que derivar en consecuencias dramáticas. La crisis misma puede ser ocasión para potenciar recursos, a varios niveles, que permitan salir fortalecido de una situación conflictiva. Pero, de no ser así, la crisis deviene en decadencia y esta, en ruina.

No está claro si los protagonistas y responsables de trazar y encausar  los destinos de la educación están al tanto de la gravedad de los riesgos en los que la misma está sumida.



                                                                                                                          M.C.B.

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