Se ha dicho que para Walter Benjamin la obra literaria ideal estaría basada exclusivamente en citas. En
citas que flotaran libremente fuera del contexto original. Y el compilador se
ocultaría detrás de la trama entretejida a partir de fragmentos ajenos. Walter
Benjamin marcó un rumbo y cincuenta años después de su desaparición su anhelo
fue concretado.
Pues en 1993 fueron dados a conocer
cuatro tomos, editados simultáneamente, para los cuales el “autor” concibió el
título y redactó un prólogo-a-modo-de-no-prólogo. Por lo demás “apenas” si
seleccionó los textos, los ensambló y logró persuadir a un editor intrépido a
embarcarse en una aventura tan desmesurada como la obra misma.
El resultado se titula Das Echolot (El Sonar), pues a lo largo
de sus tres mil páginas resuenan fragmentos provenientes de diarios personales,
órdenes del Alto Mando Militar, correspondencia privada, comunicados oficiales,
recuentos “objetivos” procedentes de los campos de concentración, y fotografías
tomadas en la época. Se contraponen la emoción del tono intimista con la
brutalidad neutra y burocrática que imparte instrucciones o “simplemente”
verifica bajas humanas.
La obra cubre el período transcurrido
entre el 1° de enero y el 28 de febrero de 1943. Corresponde al desenlace de la
batalla de Stalingrado, a la derrota del General von Paulus, y al vuelco
definitivo de la suerte del Tercer Reich. Y se dio a conocer justamente al
cumplirse medio siglo de la trascendental batalla.
El motor detrás de esta empresa
insólita fue Walter Kempowski (1929 - 2007). No era un nombre desconocido para
las letras alemanas, tampoco era nuevo su interés por documentar el pasado, ni
era la primera vez que recurría a la fragmentación y el montaje. Pero en esta
ocasión llevó la técnica a límites insospechados.
Walter Kempowski nació en Rostock
sobre el mar Báltico. Inmediatamente después de finalizada la guerra fue
miembro de una compañía de trabajo de las fuerzas de ocupación norteamericanas.
Regresó al sector oriental poco antes de que se constituyeran las dos
repúblicas alemanas. Fue acusado de espionaje, juzgado por un tribunal ruso y
condenado a veinticinco años de trabajos forzados, de los cuales cumplió ocho
en la tristemente famosa prisión de Bautzen. Una noche, al cruzar el patio de
la cárcel oyó un murmullo intenso. El guarda, que lo acompañaba, le explicó que
provenía de los prisioneros, quienes conversaban al apagarse la luz. Y
Kempowski no pudo menos que preguntarse adónde iría a parar ese cúmulo de
historias. No llegó a preservar aquellos relatos nocturnos, sin embargo logró,
años después, rescatar del olvido innumerables testimonios de gente común y
corriente.
Fue liberado y expulsado de la República
Democrática Alemana. En Hamburgo se reunió con su madre y su hermano, quienes
también habían sido encarcelados, pero por menor tiempo. La denominada sociedad
abierta lo recibió más bien con indiferencia que con entusiasmo. Él se
concentró en recuperar el tiempo perdido: completó el bachillerato de adultos y
se recibió de maestro. Luego ejerció la docencia en pequeñas localidades del
norte de Alemania.
En 1969 se da a conocer literariamente
con un despojado testimonio de su experiencia en una cárcel socialista (Im Block). Dos años después inicia la
publicación de lo que se ha dado en llamar su Crónica Alemana. Basándose en la historia familiar construye una
saga sobre la burguesía alemana desde comienzos del siglo XX hasta fines de la
década del cincuenta. Se compone de seis partes, la última de las cuales data
de 1984. En ellas ya recurre a la fragmentación y el montaje.
Al comienzo, tímidamente, restringe el
recurso al narrador omnipresente. Sin embargo, en la cuarta entrega incorpora
las perspectivas de supuestos testigos quienes aportan sus propios puntos de
vista. El tono general es parco, distante, teñido de una suave ironía. El
relato se estructura en base a párrafos muy breves, raramente exceden una
página impresa, y producen el efecto de una sucesión de instantáneas, como si
se tratara de momentos, congelados en su esencia. Pero el desmenuzamiento del
texto no atenta, pese a lo que se pueda suponer, contra la continuidad de la
narración. Por el contrario, la historia fluye sin tropiezos como la corriente
del –río- Warnow al desaguar en el mar Báltico a la altura de Rostock. La
elección de esta localidad como punto de partida de la acción no es arbitraria.
Es la ciudad de la infancia, es la ciudad perdida, pues ha quedado allí, inalcanzable,
del otro lado de la frontera interalemana.
En Das Echolot, en cambio, Kempowski renuncia al narrador omnipresente
y al nutrido conjunto de imaginarios testigos presenciales. Opta por callar y
hacer lugar al coro polifónico de quienes vivieron, padecieron, aguardaron,
comandaron, resistieron, batallaron y sucumbieron en aquellos aciagos 59 días
del año 1943.
El origen remoto de este proyecto es
la obsesión personal de Kempowski por preservar papeles personales. A partir de
1980 arma un descomunal archivo con fotografías, diarios y correspondencia de
origen privado. Publica anuncios en un prestigioso semanario de alcance
nacional, solicitando que en lugar de deshacerse de antiguos documentos, se los
hagan llegar. Y se convierte en el depositario de una inmensa cantidad de
materiales, que le permiten preservar la memoria colectiva. Con el tiempo logra
plasmar un proyecto en el cual hallan cabida testimonios, que de otro modo
hubiesen caído en el olvido.
Das Echolot reconoce 500 fuentes
diferentes. Aproximadamente la mitad son textos inéditos, procedentes tanto de los
rescatados por Kempowski como también de bibliotecas, colecciones públicas de
manuscritos, archivos militares y eclesiásticos. El resto proviene de diversas publicaciones
contemporáneas, buena parte de las cuales tuvieron escasa difusión. Además de
aquellas redactadas originalmente en alemán, hubo que traducir otras del
inglés, sueco, danés, francés, ruso, polaco, italiano, etc.
La obra no está dividida en capítulos,
sino en jornadas. Las diversas contribuciones están agrupadas respetando las
fechas en que fueron redactadas. La mayoría no supera una página de extensión.
Hay voces que se reiteran a lo largo de los días, y hay otras que aparecen por
única vez. El cierre de cada jornada reviste carácter especial, pues tiene una
extensión mayor.
Es un coro polifónico, y al
compilador le ha cabido la tarea de mantener un cierto equilibrio entre los
múltiples participantes. Como si fuera un director de orquesta ha debido
establecer el ritmo, marcar los contrapuntos, velar por la fluidez global del
texto.
No fue tarea simple convencer a su
editor, incluso estuvo dispuesto a
renunciar a sus honorarios. La repercusión de crítica y ventas fue inesperada.
Sorprendió tanto al autor como al empresario. Posteriormente hubo una edición
de bolsillo, y tuvo, como en la industria cinematográfica, secuelas. Seis años
después de la primera parte siguieron
otros cuatro tomos, nuevamente 3000 páginas, titulados Fuga Furiosa, que cubren el desbande de las tropas alemanas y de la
población civil durante el invierno europeo de 1945. En 2002 Barbarossa, la invasión a Rusia en el
verano de 1941. Y en 2005 el cierre de la serie con el material correspondiente
a la derrota final de 1945, Abgesang
(Coda). (Estos dos últimos de escasas 700 páginas).
El conjunto no constituye un ensayo
histórico, aunque recrea los acontecimientos, el clima y las vivencias del
período. Tampoco es por cierto una obra de ficción en el sentido tradicional,
aunque requirió una imaginación excepcional concebirla. Es un gigantesco mosaico,
que remite tanto al modo de construir un documental cinematográfico, puesto que
Kempowski se ha valido de material elaborado por terceros, como a ciertas obras
plásticas para las cuales el artista se nutre de desechos.
El resultado es contundente,
trasunta enorme fuerza y originalidad. Lleva el sello inconfundible de su
autor, pese a que éste “apenas” si haya elegido el título, redactado el
prólogo-a-modo-de-no-prólogo, seleccionado y ensamblado los textos que
conforman el abigarrado conjunto. Pues Kempowski tuvo la sabiduría de reservarse
el derecho soberano sobre el corte final.
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